Introducción sobre el atlas de Cuyo

José Luis Moure
Presidente de la Academia Argentina de Letras

        En todos sus ámbitos, la época en que nos ha tocado vivir parece requerir empresas rápidas, con resultados y beneficios que responden al apremio. Las tareas intelectuales y científicas no escapan a este encorsetamiento, que condiciona muchas investigaciones pautadas por una dinámica del corto plazo. Los currículos de los investigadores se afanan, voraces, por un acrecentamiento signado por el acopio presuroso de congresos visitados y papers presentados.

        En este escenario, es fuertemente contrastante y, por lo menos, llamativa -por reticencia evito calificarla de milagrosa- la concreción del Atlas Lingüístico y Etnográfico del Nuevo Cuyo, que hoy la Academia Argentina de Letras se honra en presentar.  Porque si casi inevitablemente todo proyecto científico de cierta envergadura anticipa en nuestro país un camino de escollos, las dificultades intrínsecas que despliega la elaboración de un atlas lingüístico no hacen sino incrementar un itinerario cuyo inicio rara vez permite predecir el tiempo que conducirá al final.  Quien escribe estas líneas tuvo el privilegio de colaborar entre 1994 y 1998, bajo la dirección de Manuel Alvar, maestro de filólogos, en el Atlas Lingüístico de Hispanoamérica relevando distintas localidades de Santiago del Estero, la Traslasierra cordobesa y La Pampa, y recuerda la delgada frontera que en muchas jornadas separaba la ansiedad, la satisfacción y el cansancio. La empresa concebida por el profesor César Quiroga Salcedo -más tarde nuestro académico correspondiente- y lanzada por su equipo de investigadores en 1993 (integrantes del Instituto Nacional de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Universidad Nacional de San Juan), estrechamente emparentada, por discipulado y metodología, con la que acabamos de mencionar, habría de insumir, después de un previo período de discusión y aprestamiento, ocho años y treinta y ocho viajes de empecinada labor de encuesta para relevar lingüísticamente los puntos seleccionados en las provincias de San Juan, Mendoza, San Luis y La Rioja. Así, la voluntad del director y el entusiasmo y solvencia científica de todos y cada uno de los profesionales participantes lograron plasmar este primer atlas lingüístico argentino, y solo cabe lamentar que la desaparición de Quiroga Salcedo en 2008 le haya impedido ver impresa la obra que el lector tiene ahora en sus manos.

        Las páginas introductorias de Pedro Luis Barcia, entonces presidente de la Academia Argentina de Letras, redactadas poco antes de que insuperables problemas de financiamiento frustraran el primer conato de publicación, el prólogo de Quiroga Salcedo y sendas exposiciones de sus colaboradores nos eximen de abundar en la historia y descripción del Atlas, que esas páginas desarrollan con minucia.

        En 2016, una llamada del académico correspondiente por Río Negro César Fernández hizo posible que la Academia Argentina de Letras volviera a tomar contacto con la profesora Aída González de Ortiz, codirectora del proyecto desde su inicio, quien a partir de ese reencuentro encaminó su esfuerzo para llevar la empresa a su culminación. Y no sería justo silenciar que a su empeño y al de María Inés Isoardi, viuda de Quiroga Salcedo, debe el Atlas los recursos que hicieron posible financiar el costo de imprenta, que nuestra Academia hoy no habría podido solventar. Si algún mérito nos cabe, y nos parece que en ello el azar jugó una carta importante, fue haber propuesto que el Instituto Geográfico Nacional tomase a su cargo la etapa final de edición. Allí, un plantel de profesionales y técnicos, expertos en las especificidades de la edición e impresión cartográficas, asesoraron, aconsejaron y resolvieron con paciencia y eficacia cada uno de los problemas que la obra presentaba. 

        La Academia Argentina de Letras, orgullosa de que el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Nuevo Cuyo lleve su sello, rinde homenaje a la memoria de César Quiroga Salcedo y deja constancia de su reconocimiento a las instituciones y personas que, sin haber sido nombradas, lo hicieron posible.