Ostentando con el diccionario

DILyF, AAL

¿Cómo describir con palabras una sensación física?

La pregunta —o alguna equivalente—, frecuente en los hablantes que se encuentran frente a la desafiante tarea de describir algo que captan sus sentidos, inquieta también a los lexicógrafos cuando deben definir de manera sintética el grupo no menor de palabras que designan esas sensaciones.

¿Qué fórmula se elegirá para dar cuenta de un sonido grave? ¿De qué modo puede explicarse el significado de dulce?

Por ejemplo, el Diccionario de la lengua española (DLE) define grave (en su acepción acústica) como “Dicho de un sonido: Que tiene una frecuencia baja de vibraciones, por oposición al sonido agudo”. Sin embargo, es bastante probable que el lector ignore el efecto en nuestro sistema auditivo de la “frecuencia baja de vibraciones”. La definición se complementa, entonces, con el antónimo: agudo. No es difícil suponer que nuestro lector desconoce tanto el sentido de grave como de agudo, de modo que tampoco la incorporación de esta palabra resulta esclarecedora. Paso siguiente: el lector busca agudo y se encuentra con: “Dicho de un sonido: Que tiene una frecuencia alta de vibraciones, por oposición al sonido grave”. Con esta definición estrictamente simétrica a la de grave, son elevadas las chances de que la curiosidad de este lector hipotético no haya quedado del todo satisfecha y que continúe su perplejidad.

El lexicógrafo sabe que, para las definiciones del diccionario en general y para las de estas palabras “sensoriales” en particular, es admisible contar con una cantidad de información que el lector posee previamente, conocimientos de la lengua y del mundo que van a compensar, al menos parcialmente, las deficiencias inevitables que supone el desafío de explicar palabras con palabras. La experiencia y el saber del consultante permiten que resulte operativo, para casos como los anteriores, el recurso de la definición ostensiva.

Según José Martínez de Sousa, la definición ostensiva es la “que emplea como definiente ejemplos concretos del definido” (Diccionario de lexicografía práctica, 1995, p. 96). A través de ejemplos incluidos en la definición, el lector, por comparación, accederá al sentido con más facilidad que decodificando una descripción. Como ilustración, tomaremos el caso del adjetivo dulce tal como lo define el DLE: “Que causa cierta sensación suave y agradable al paladar, como la producida por la miel, el azúcar, etc.”. El segmento ostensivo de la definición se encuentra focalizado en “miel” y “azúcar”, productos básicos, familiares para la gran mayoría de los usuarios de un diccionario. Más polémico resulta el fragmento anterior del texto definicional. En esta primera parte se califica a la sensación como “suave y agradable al paladar”, caracterización algo subjetiva que excluye, por ejemplo, una cucharada de dulce de leche, si es que un lector no muy goloso lo considera intenso y/o empalagoso. También nos pueden resultar gustativamente excesivas (ni suaves ni agradables) la miel o el azúcar en sus formas puras, pero de ninguna manera dejaremos de adjetivarlas de “dulces”; más bien lo opuesto. Aquí se evidencia el riesgo de incluir una subjetividad que, aunque inevitable en un diccionario, se puede procurar acotar.

Nos detendremos ahora en las voces que designan colores —específicamente los primarios—, conjunto apto para ejemplificar y comentar las definiciones ostensivas. A continuación, los tres artículos correspondientes del DLE, en su versión actual en línea:

En estos casos, hallamos en cada definición una primera parte ostensiva (“Semejante a… ”) y una parte más técnica que indica el lugar que ocupa el color en el espectro luminoso. Tal combinación intenta salvar el inconveniente que puede suscitarse si el usuario del diccionario desconoce o bien alguno de los elementos con que se ejemplifica, o bien el orden —incluso la existencia— del espectro luminoso. Como puede verificarse, los elementos de la ostensión (el mar, la sangre, la yema de huevo, etc.) tienen una presencia —directa o mediatizada— casi universal, y en consecuencia la mayoría de los lectores identificarán su color.

Para ampliar la muestra de definiciones ostensivas, tomaremos las empleadas en otros diccionarios, limitándonos a transcribir los objetos elegidos para la ostensión. Los diccionarios relevados son: Diccionario abreviado del español actual (DEA), de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos (Madrid: Aguilar, 2001); Diccionario integral del español de la Argentina (DIEA) (Buenos Aires: Tinta Fresca, 2008); y Merriam-Webster Unabridged Online (MW, versión en línea).

rojo
DLE: sangre, tomate maduro
DEA: sangre
DIEA: sangre, tomate maduro
MW: sangre, rubí

amarillo
DLE: oro, yema de huevo
DEA: cáscara del limón
DIEA: cáscara de limón, yema de huevo
MW: limón maduro, girasol

azul
DLE: cielo sin nubes, mar en un día soleado
DEA: cielo sin nubes
DIEA: cielo, mar
MW: cielo sin nubes

Observamos la elección de elementos recurrentes, cuya existencia y conocimiento es (casi) universal e independiente de una geografía o una cultura, con el objetivo de que el consultante pueda identificar el color que se está definiendo. “Rojo” y “azul” contienen sendos elementos —la sangre y el cielo, respectivamente— presentes, por su grado total de universalidad, en las cuatro obras. No así “amarillo”, asociado, por un lado, en dos o tres de las cuatro obras, a productos naturales de consumo muy masivo (limón, yema de huevo); y por otro lado, en una obra cada uno, el oro y el girasol, menos frecuentes en la cotidianidad general. Tampoco muy cotidiano o incluso tan extensamente conocido es el rubí, objeto de la naturaleza elegido por el MW para ilustrar el color rojo.

Es interesante el detalle de la mayor o menor precisión que se busca en la redacción, donde el lexicógrafo debe aspirar a un equilibrio entre la concisión y la claridad, un balance que entre otros factores tendrá en cuenta una presuposición de determinado conocimiento del mundo por parte del usuario del diccionario. Así, en el caso de “azul”, el DIEA se limita a mencionar el “cielo” como representativo del color, mientras que las otras tres obras agregan que debe ser “sin nubes”. Otro diccionario consultado, el Trésor de la langue française, va más allá en su celo y compara el azul con el “color diurno del cielo sin nubes”. El DLE, tomando tanto el cielo como el mar como elementos de la ostensión en su frase “el cielo sin nubes y el mar en un día soleado”, es el más exigente en cuanto a las condiciones meteorológicas para apreciar de manera óptima el color azul.

Tal como en las redacciones del DLE, las definiciones del DEA y del MW incluyen además el dato de la ubicación del color en el espectro luminoso. Este tipo de información objetiva, que apela a un fenómeno físico invariable, fue llevada a un extremo en una versión en línea del DLE, donde, luego del segmento ostensivo, la localización en el espectro era sustituida por la longitud de onda correspondiente al color medida en nanómetros, de manera que, por ejemplo, la definición de “amarillo” era: “De color semejante al del oro, que corresponde a la sensación producida por el estímulo de longitudes de onda de alrededor de 575 nm”; este dato final, de incuestionable rigor científico pero dudoso en cuanto al aporte para el lector no iniciado en física óptica, no llegó a incluirse en las versiones impresas del DLE, y solo permaneció unos pocos años en línea entre la 22.ª y la 23.ª edición.

En la elaboración de un diccionario se opera una selección permanente: no solo qué palabras se incluirán para definir, sino cuánta información —de por sí limitada por las características sintéticas del género— se dará de ellas y cómo se presentará esa información para lograr la comprensión del lector. El caso particular de la definición de algo percibido por los sentidos, como el color, es un material rico para ilustrar algunos aspectos particulares de las dificultades, y sus diferentes intentos de resolución, que conlleva la práctica lexicográfica, por ello el interés de esta columna fue poner de manifiesto brevemente los diferentes modos de abordaje, según distintas obras lexicográficas, de parte del léxico correspondiente a ese campo, tomando como recurso privilegiado la definición ostensiva.