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ENTREVISTA AL AUTOR DE DONDE LA LUZ SE PIERDE

Eduardo Álvarez Tuñón: «Lo esencialmente humano es la pérdida»

 

Las tramas de estos relatos destilan aliento poético combinado con una factura narrativa clásica. El paso del tiempo es uno de los temas que atraviesan estas historias, marcadas en parte por lo autobiográfico. «No incomodo al lector, prefiero cautivarlo. Me parece que con el lector hay que ser más caballeroso», dice Álvarez Tuñón, hijo del actor de teatro independiente Mirko Álvarez y sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón. El escritor es, también, miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

eduardo alvarez tuñon
"Hay muy poca ficción pura en lo que escribo", señala Alvarez Tuñón. Imagen: Bernardino Avila

Silvina Friera, en Página/12 — El anzuelo de la mentira puede desvelar el alma de los hechos. Los cuentos de Eduardo Álvarez Tuñón pescan verdades profundas desde la periferia de existencias que derraman destellos de dignidad. Un hombre hurga en la basura de la mujer que ama; quiere descubrir su presencia en las huellas que ella deja, ser «el dueño absoluto de lo abandonado». Un viejo sastre —que hubiera querido ser actor, escritor, dramaturgo— encuentra la justificación de su vida en su biblioteca con libros en ídish, a la que intenta preservar de la destrucción y el olvido. Una maestra viuda le enseña a su hijo, el único varón en una escuela mixta, que nada produce tanto placer como crear un personaje y otorgarle vida. Un joven convierte una travesura en hábito: formar parte de la claque del teatro Maipo. En Donde la luz se pierde, una coedición de Libros del Zorzal y Edhasa, las tramas destilan un aliento poético que, combinado con una factura narrativa clásica, cautiva a los lectores.

Álvarez Tuñón (Buenos Aires, 1957), hijo del actor de teatro independiente Mirko Álvarez (1925-1961) y sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón, cuenta en la entrevista con Página/12 que el tema de la pérdida, que atraviesa su último libro de cuentos, lo ha convocado siempre, como también el paso del tiempo, «las huellas que dejan los días en todo aquello que alguna vez estuvo cerca de nosotros», como plantea el narrador de uno de los relatos. «Lo esencialmente humano es la pérdida. Tal vez si no fuéramos humanos, no sentiríamos la pérdida y seríamos dioses a los cuales es posible pensar que nada se les pierde», advierte el poeta, narrador y ensayista que, como abogado, desarrolló una carrera como juez y fiscal general. «El teatro es una de mis asignaturas pendientes, un poco por la historia de mi padre. Hay escenas teatrales que no tienen que ver con el teatro, como por ejemplo el cuento sobre mi madre, que fue absolutamente real, cuando simulábamos, al llegar a casa, que la maestra no era ella», confirma el escritor, que es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

- ¿La historia de ese cuento, «La maestra y mi madre» es verdadera? ¿Fuiste el único varón entre un montón de mujeres?

- Sí, fui el único varón en una escuela mixta. Mi madre hizo todo lo posible para que la escuela fuera mixta a raíz de la muerte de (John F.) Kennedy; inventó una historia y lo logró. La directora de la escuela era la señora Acuña, el mismo apellido que aparece en el cuento. Y yo fui alumno de mi madre y el único varón en esa escuela que, después, con los años, se transformó en mixta.

[…] - ¿Cuál sería la diferencia entre cómo se enamoran los jóvenes y los viejos?

- Los viejos se enamoran con el pasado y se preguntan frente al ser amado dónde estaban ellos en el momento en que ella crecía y descubría el mundo. En cambio, los jóvenes se enamoran más con el futuro y se plantean dónde pueden estar con ella. Me gustó analizar la envidia hacia la persona que está con el ser amado, que es una envidia extraña porque envidian a alguien cuya vida no conocen, no saben si es desdichado por otras cosas; quieren ser un hombre que no conocen. Otra cosa que me pareció interesante es ese personaje femenino que no se da cuenta de que es locamente amada por otra persona. Que un ser haya sido amado locamente y no se haya dado cuenta es una forma de pérdida: pasar por la vida sin haber advertido que fuiste el gran amor de la vida de alguien, que es lo que pasa en el primer cuento del libro, «Los despojos de los días», que es una historia real.

- ¿Quién era el que revolvía la basura de la mujer que amaba?

- La historia me la contó un compañero de la secundaria. Él veía en el hecho de revolver la basura una forma de estar con ella; el personaje trata de reconstruir la vida de la mujer que ama en función de la basura que revisa. Alguien puede vivir un amor unilateral sin que el ser amado se dé cuenta. Sin acosarla; puede tener los pequeños goces del amor y no su decadencia porque nada lo desgasta y no hay convivencia. Me acuerdo unos versos de un poema de Borges: «el más pródigo amor le fue otorgado/ el amor que no espera ser amado». Hay una frase de Voltaire a la mujer que amaba: «yo soy el que te debo todo porque yo soy el que ama» […].

Leer la entrevista completa en Página/12.

 


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