Compartir

A DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE JOSÉ EDMUNDO CLEMENTE

La saga silenciosa de un maestro del ensayo a la sombra de Borges

 

Escritor, periodista y gestor cultural, José Edmundo Clemente [académico de número de la AAL desde 1993 hasta su muerte en 2013] estuvo junto al autor de El Aleph al frente de la Biblioteca Nacional, cuya nueva sede es fruto de su tesón. A diez años de su muerte, no se lo recuerda lo suficiente.

josé edmundo clemente
osé Edmundo Clemente y Jorge Luis Borges, en la Biblioteca Nacional de la calle México

Daniel Varacalli, en La Nación — Este año se conmemora una década del silencioso, casi inadvertido fallecimiento del escritor argentino José Edmundo Clemente. En medio de un furor «borgesco» (si se me permite el neologismo), que incluyó hasta un «Borgespalooza», el nombre de Clemente aparece como una mención marginal, en tanto se lo recuerda como el vicedirector de la Biblioteca Nacional durante la dirección de Borges, entre 1955 y 1973. No es necesaria demasiada perspicacia para darse cuenta de que, sin el apoyo de un bibliotecario profesional, como lo era Clemente, Borges no habría podido sostenerse en ese cargo durante tanto tiempo. Tampoco que la carrera internacional del autor de El Aleph, así como toda su obra literaria de los años 60, no habría sido posible de haber tenido que dedicarse a los quehaceres diarios de la gestión administrativa, actividad para la que no solo no estaba dotado, sino que tenía en su creciente ceguera un obstáculo difícilmente salvable. Sin embargo, Clemente fue mucho más que el báculo invisible de ese Borges que la llamada Revolución Libertadora entronizó, por gestión de Victoria Ocampo, en una posición a la que en principio se negó por preferir la más modesta Biblioteca Miguel Cané (lo que le valió, como se sabe, un improperio de la escritora). Entre otras cosas que lo unen a Borges, fue el promotor de que Emecé comenzara a publicar sus obras completas divididas en tomos separados, cuando todavía el sello no se arriesgaba a una compilación integral.

Nacido en Salta en 1918 en el seno de una familia muy pobre de nueve hermanos por parte de madre, José Edmundo Clemente llegó a Buenos Aires a los diez años. Su vocación literaria, combinada con la necesidad económica, lo determinó, luego de su paso por la carrera de Filosofía, a especializarse como bibliotecario, una actividad entonces con razonables perspectivas laborales, aunque por estar cerca de los libros Clemente desechó otros trabajos en los que ganaba hasta tres veces más. Con el tiempo llegó a ocupar distintos cargos públicos: fue director general de Cultura durante el gobierno de Illia; tras el alejamiento de Borges y derrocada Isabel Perón dirigió la Biblioteca Nacional, estuvo al frente del Fondo Nacional de las Artes y fue subsecretario de Cultura de la Provincia de Buenos Aires. Es que Clemente había formado a su vez una familia grande junto a una esposa, de origen alemán, que se enamoró de este salteño moreno varios años mayor que ella. Fruto de esa unión, entre otros, son dos hijos hoy dedicados a la cultura: Jorge, poeta y creador con María Esther Vázquez de la Fundación Victoria Ocampo, y Diego, compositor e intérprete de amplia trayectoria en la música folklórica.

Clemente y Borges se conocían desde antes de su aventura bibliotecaria: en 1952 publicaron un libro juntos, El lenguaje de Buenos Aires, consistente en seis ensayos, de los cuales firman equitativamente tres cada uno. Para ese entonces, Clemente ya tenía en su haber un libro doblemente premiado: Estética del lector, de 1950. Luego su vocación literaria se volcaría al ensayo, género del que llegó a ser un verdadero maestro. Basta para comprobarlo con leer Estética del contemplador, El ensayo, Los temas esenciales de la literatura, Historia de la soledad o muy especialmente los dos libros que le dedicó a la metáfora. Y es que Clemente era un maestro de esta herramienta esencial de la producción poética, pese a no haber sido nunca un poeta en sentido estricto: en esta materia, al menos en el plano teórico, sin duda fue mucho más lejos que Borges en su famoso ensayo sobre las Kenningar. Solo en una ocasión y ya a una edad avanzada, Clemente se desvió del género ensayístico para abordar el cuento en el volumen El tercer infierno. En el plano filosófico, adhirió al vitalismo, la particular visión del existencialismo que sostuvo Ortega y Gasset, a quien le dedicó un libro: Estética de la razón vital.

En cuanto a su estilo, Clemente construyó uno propio, evidente para quien haya leído con atención al menos un libro suyo: la frase elegante, desarrollada, integrada a párrafos que remata con frases muy cortas, a menudo reiteradas con alguna variante: la fuerza de la conclusión anafórica. Sus últimos aportes, Guía de lecturas informales y Vigencia de Homero, representan sendos ejemplos no solo de su vasta cultura, sino también de su capacidad para transmitirla de manera sencilla y recurriendo a un humor no exento de ironía. En 1993, la Academia Argentina de Letras reconoció estas virtudes y lo eligió para sumarlo a la institución […].

Seguir leyendo el artículo en La Nación.

 


ÍNDICE DE NOTICIAS DE ESTE NÚMERO


T. Sánchez de Bustamante 2663
C1425DVA - Buenos Aires
Argentina
Tel.: (011) 4802-7509 int. 5
boletindigital@aal.edu.ar
http://www.aal.edu.ar
Atención y venta de publicaciones: www.aal.edu.ar/shop2013/

   

Para suscribirse al BID, hacer clic aquí

Periodicidad del BID: mensual
ISSN 2250-8600