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«El género policial», por Santiago Sylvester

 

Borges, la búsqueda de la verdad y Modus operandi, un libro que permite revisar la situación actual del género.

jorge luis borges
Jorge Luis Borges

La Gaceta Literaria — Hace unos cuantos años mi comprovinciano, el salteño José Edmundo Clemente, me contó la siguiente anécdota.

A mediados del siglo pasado, como asesor de la editorial Emecé, Clemente creía oportuno publicar las obras completas de Borges; pero Bonifacio del Carril, dueño de la editorial, oponía cierta reticencia, dudando del éxito de esa publicación. Por entonces Borges dirigía, junto con Bioy Casares, precisamente en Emecé, la colección Séptimo Círculo dedicada a la novela policial; y una tarde Clemente, insistiendo en su propuesta, contó a del Carril por qué a Borges le interesaba el género policial: «Dice que, como la filosofía, busca la verdad». Aunque parezca increíble, fue el argumento definitivo que convenció al editor, y se publicaron aquellas obras completas de éxito inmediato. Hoy, seguramente, habría que invocar razones más comerciales, pero hay que aceptar que las épocas son distintas y los editores también.

Borges era por entonces el gran discutido de la literatura argentina, admirado y rechazado con vehemencia; pero lo que ahora interesa, no es ese debate ya terminado, sino que entre las razones que se esgrimían para discutirlo figuraba precisamente su interés por el género policial: se consideraba una prueba de su desinterés estetizante por la realidad y por el entorno argentino: «del olvido absoluto del hombre, de la esquematización de la realidad, del vacío vital». Este razonamiento puede leerse, por ejemplo, en el trabajo que Adolfo Prieto publicó en Letras Universitarias, Buenos Aires, 1954, y estuvo acompañado por casi toda la juventud universitaria que se expresaba a través de la revista Contorno.

Es posible que con esos argumentos se estuviera pensando, sobre todo, en la versión inglesa de la novela policial, que solía desarrollarse en escenarios de alta alcurnia, con señores que tomaban el té, jugaban al criquet en un césped cuidado, y todo el misterio se resolvía con una inteligente lógica deductiva. Es el método usual de las novelas de Aghata Cristie o Conan Doyle, y era la forma como se esclarecían los asuntos más escabrosos. Unos años antes, Thomas de Quincey, haciendo un despliegue de lo que se conoce como humor inglés, había explicado en «Del asesinato considerado como una de las bellas artes», por qué era reprobable cometer un asesinato: «Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo se pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente». Como se ve, totalmente inadmisible; y para que las cosas no llegaran a tanto, ahí estaban Hércules Poirot con sus bigotitos apuntando al cielo y Sherlock Holmes tocando el violín, ambos sacando conclusiones y poniendo las cosas es su lugar. Éste era el clima general (caricaturizado, por supuesto) de la novela policial inglesa […].

Seguir leyendo el artículo del académico de número Santiago Sylvester publicado en La Gaceta el domingo 11 de febrero.

 


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