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Crédito: Carlos Ruiz.
Tino Pertierra, en El Periódico — El periodista y escritor Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960) convirtió la vida de su madre Carmina en la inspiración para un libro que nació sin hacer ruido y pronto se convirtió en un fenómeno editorial: conmovió y removió sentimientos y memorias. Con su padre Marcial, que pasa de secundario a protagonista, las cosas fueron distintas por ser vínculos más distantes, pero el autor sabía que habría de llegar a ese capítulo enigmático y tentador. El resultado es El secreto de Marcial, novela ganadora del último premio Nadal. Sus padres, aquellos emigrantes asturianos que tanto guerrearon en casa y que al final «se aborrecieron», viven en las páginas un reencuentro literario que es, también, el regreso de Marcial a su tierra de origen, «justo él que desconfiaba tanto de la literatura. Qué ironía».
¿Deuda saldada?
Aquí narro por primera vez la muerte de mi madre, que fue muy penosa y envuelta en las nieblas del Alzhéimer. Pero con Carmina saldé en vida todas las cosas de este mundo. El fantasma literario de Marcial, sin embargo, no ha dejado de perseguirme. Era un personaje secundario en Mamá y también en nuestras vidas. Carmina era una matriarca elocuente y bravía, una prima donna de la casa, e iba eclipsando a mi padre, que fue saliendo de escena y que se convirtió por lo tanto en un gran misterio para nosotros. Ése era, a su vez, un gran aliciente para escribir sobre él, pero yo no sabía cómo hacerlo. Tardé diez años en comprender cómo escribir esta historia.
Con Mamá tuvo ocasión de entrevistar a la protagonista. Aquí no. ¿Lo echó de menos?
Los recuerdos no bastaban y la mayoría de los viejos amigos de mi padre habían muerto; no se podía escribir esto como una memoria objetiva o como una biografía. No se podía escribir «Papá». Recién cuando me di cuenta de que debía abordar a mi padre como un personaje y a su historia como una novela de autoficción, el atasco acabó y el proyecto se puso en marcha.
¿La ficción llena los espacios que deja la realidad?
No es que la llena, como en una novela histórica, sino que la recrea, la fecunda y permite convertir en narración algunos mitos familiares inquietantes y jamás develados. Por otra parte, tuvo gran importancia un artículo que escribí hace unos años en el ABC Cultural acerca de cómo mi padre tomaba cosas de las películas en blanco y negro que veíamos en aquel viejo televisor de Buenos Aires, y las utilizaba para darme una especie de educación sentimental indirecta. José Luis Garci recogió ese guante y contó cómo su propio padre hacía lo mismo. Y entonces pensé: no solo somos lo que comemos, también somos lo que vimos. En nuestra infancia y adolescencia, en las pantallas y en el reflejo de los ojos de nuestros padres. Nos moldeamos con esos melodramas y aventuras, nos llenamos de maravillas y también de malentendidos. Para escribir esta novela volví a ver todas las películas, unas 200, que veíamos con Marcial, y fui recordando lo que hablábamos acerca de ellas. El amor, el engaño, la amistad, la valentía, la infidelidad, el sexo. Mi padre descubrió en «Qué verde era mi valle» lo que debía hacer conmigo cuando me pegaban en el colegio […].
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- AUDIO: Jorge Fernández Díaz, El secreto de Marcial, pero de cine
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