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Crédito foto: Carlos Ruiz B.K.
Luciano Sáliche, en Infobae — Jorge Fernández Díaz [académico de número de la AAL] es el primer argentino de una familia de asturianos que llega hasta la Edad Media. Sus padres llegaron jóvenes, masticando aire y desconcierto, y se conocieron acá, en un baile, en los salones del Cangas de Narcea. Creció en una casa del «Palermo pobre» donde se hablaba bable, el lenguaje asturiano. «Yo pertenezco esencialmente a la comunidad española que emigró a la Argentina. Una comunidad que España tiene bastante olvidada. Esa otra España que se formó en la Argentina, en el patio trasero, que llegó a ser multitudinaria, hoy está un poco olvidada y en vías de extinción. La mayoría de los inmigrantes españoles se fueron muriendo», dice desde Madrid.
[…] En Madrid hace mucho frío: según Google, trece grados a la tarde, seis a la noche, uno a la madrugada. En las fotos se lo ve abrigado: sobretodo, bufanda, sombrero. Así recibió el Nadal a principios de enero. «Fue impresionante. Mirá que tengo 64 años, he vivido muchos momentos, y nunca sentí que todo el sistema de medios se te tiraba encima: los canales de noticias paraban la programación para dar esta noticia con movileros». Desde entonces se produjo una repentina ola de premios españoles a autores argentinos: Leila Guerriero, Tamara Tenenbaum, Guillermo Saccomanno. «No creo que haya nada en especial. Participé muchas veces de jurados; es más una casualidad que otra cosa», minimiza.
En paralelo a su carrera como periodista construyó un camino de literatura. La primera novela, Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán, es de 1987; la última, Cora, del año pasado. Y hay un libro que está íntimamente ligado a este: Mamá, una historia íntima, del año 2002. Lo escribió luego de cincuenta horas de entrevistas con su madre. «Esta historia empezó justamente hace unos diez años, cuando mi madre murió de Alzheimer. Tuvo una muerte muy penosa, muy dolorosa. Que yo no cuento en Mamá, pero sí cuento en El secreto de Marcial detenidamente. Yo con mi madre saldé todas las cuentas que tenía. Pero con mi padre no: era apenas un capítulo de ese libro», cuenta.
«Mi mamá era esa matriarca enorme, omnipotente, omnipresente. De alguna manera el hecho de que mi padre haya sido un capítulo marca que el gran personaje que era mi madre fue un poco eclipsando y desplazando a mi padre, que aceptó ser desplazado y vivir una vida un poco al margen de la nuestra. Con lo cual mi padre se convirtió en un verdadero enigma para nosotros, para nuestra familia. ¿Quién era verdaderamente? Y con él no terminé de saldar las cosas porque el fantasma literario de mi padre me persiguió durante todos estos años. Como si mi padre necesitara ser escrito de alguna manera. Aunque yo te confieso que no sabía cómo escribirlo. No sabía por dónde empezar», sostiene.
En El secreto de Marcial, Fernández atraviesa la incerteza del procedimiento: «La ficción no suele conseguir ese soplo errático y profundo de los hechos ciertos relatados sin guion ni pudor ni maquillaje, con esas necesarias imperfecciones que logra únicamente la reproducción cruda de la honda y caótica realidad». Ahora, del otro lado del teléfono, dice: «La mayoría de los testigos de su vida habían muerto y ya no podía entrevistarlo más largamente que lo que había hecho para Mamá. Era muy difícil con las armas del periodismo narrativo de la memoria documentada. Lo que tenía que hacer era una novela que no fuera la historia de mi padre, sino la relación de un padre que no podía comunicarse con su hijo» […].
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- VIDEO: Jorge Fernández Díaz en La Mañana de Federico
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