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«Reina de tijera y castañuelas», por Hugo Beccacece

 

ana de pombo
Ana de Pombo (Madrid, 1900-1985).
Crédito: Facebook / Mi última condena

La Nación — Hace unas semanas se publicó una nota fotográfica en este diario sobre la calle Florida «de antes». El texto mencionaba los principales cafés, los negocios y su historia. En esa lista, había «ausencias», algo imposible de evitar. Faltaba, por ejemplo, una casa de alta costura de las más renombradas en las décadas de 1920 a 1940 cuya marca era el nombre de la diseñadora: Ana de Pombo, una española de fama internacional en esos años. Había sido la mano derecha de Jeanne Paquin y de Coco Chanel en París y en las sucursales de Buenos Aires.

Meses atrás se dio en esta ciudad en funciones especiales el documental Mi última condena, de Juan Mata, basado en la autobiografía homónima de Ana de Pombo. A los 17 años, Ana se casó con el aristocrático Cayo Pombo Ibarra con el que tuvo hijos que murieron tempranamente. Uno de los que sobrevivió sería el padre de Álvaro de Pombo, el escritor que ganó en 2024 el premio Miguel de Cervantes.

Chanel sabía que Ana era capaz de convertir un local de alta costura en un centro social de primera clase por su gracia, su olfato para adelantarse a las tendencias, su buen gusto, y sus contactos con la «alta bohemia». Todas esas cualidades compartidas a veces enfrentaban a Coco y Ana. Esta, para ahorrarse roces, renunció a la dirección porteña de Chanel y abrió en Buenos Aires su propia casa de alta costura con su nombre y en plena calle Florida. El capital se lo proveyó un personaje pintoresco, el millonario, culto escritor y mecenas Arturo Jacinto Álvarez, al que todos llamaban «Arturito». Ana y él se asociaron. En su libro de memorias, Mi última condena, ella lo califica con ingratitud de «personaje incómodo». En cierta ocasión, él le pidió que le prestara uno de los vestidos de la colección Pombo, se lo puso y, así vestido, se subió a la vidriera de Florida y posó de maniquí. Por esa época, Arturito compró el telón del ballet Parade, pintado por Picasso.

Ana supo desenvolverse en el complejo mundo político de la segunda posguerra mundial y de la sociedad argentina dividida entre peronistas y antiperonistas. Pronto se vio a la española frecuentar la mansión del matrimonio Perón […].

Seguir leyendo el artículo del académico de número de la AAL Hugo Beccacece publicado en La Nación, el martes 25 de febrero.


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