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«Los tics verbales o soportes lingüísticos», por Alicia María Zorrilla |
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Cuando, metafóricamente hablando, duele la lengua por falta de palabras, se acude a las muletas que no dicen nada, pero ayudan a salir del paso, ya que, a modo de bastón, sostienen nuestros tropezones orales. En general, algunas muletillas comunican la inseguridad del que dialoga; con otras, se subestima al interlocutor y hasta se lo humilla; las menos revelan soberbia y superioridad.
Los Andes — En esta sociedad del a ver, del ¿viste?, del ¿sabés?, del ¿me explico?, del digamos, del casi, del ni, del tal vez, del más vale, del dale y del ponele, las muletillas, latiguillos, coletillas o bordoncillos (‘bastoncitos’) nunca desaparecen de la boca de los hablantes. Son como esos caramelos que nunca terminan de disolverse porque son necesarios para refrescar el un poco y la nada. Se han convertido en un hábito o, como decía don Miguel de Unamuno, en una herejía. Quien usa muletillas padece el síndrome de abstinencia verbal, pues no hay oración que no las contenga en la oralidad y se reiteran hasta el cansancio. Están enquistadas en el discurso. Generalmente, desconciertan porque, detrás de ellas, solo encontramos un hueco, un espacio en blanco que, en la escritura, salvan livianamente los puntos suspensivos, porque la carencia de vocabulario no puede llenarlos. En fin, son un decir sin decir. El silencio es el mejor antídoto, ya que es preferible no hablar a padecer estos tics verbales. En eso reside, la sabiduría del silencio. |
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T. Sánchez de Bustamante 2663 |