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Sobre los desafíos de esa institución ante el deterioro del lenguaje y la lectura y sobre los pulsos que mueven su obra, tanto poética como ensayística, habla en esta charla con Los Andes.

El poeta (y presidente de la Academia Argentina de Letras), en una visita al Festival Internacional de Poesía de Mendoza, dirigido por Fernando G. Toledo. Foto: Gentileza de Camila Toledo.
Fernando G. Toledo, en Los Andes — El 24 de abril, cuando en el mundo se celebraba el Día del Idioma Español, la Academia Argentina de Letras (AAL) eligió nuevas autoridades y, simbólicamente, puso a la poesía por delante. Y es que, por primera vez en su historia, un poeta presidirá esta institución que, como tal (aunque tenía importantes precedentes) fue creada en 1931 para «dar unidad y expresión al estudio de la lengua y de las producciones nacionales, para conservar y acrecentar el tesoro del idioma y las formas vivientes de nuestra cultura».
El elegido es nada menos que Rafael Felipe Oteriño, uno de los poetas más admirados de nuestro presente, y quien tendrá a su lado, en el rol de vicepresidente, a otro poeta: Santiago Kovadloff.
[…] —Acaba de ser elegido presidente de la AAL y Santiago Kovadloff será el vicepresidente. ¿Se puede tomar como un símbolo el hecho de que dos poetas conduzcan esta institución?
—En todo caso, como expresión de que la poesía, tan postergada en las vidrieras del éxito y tan poco reseñada en los periódicos, mantiene su autoridad intacta como voz de lo que no tiene voz. Esto es, de lo callado y lo indecible. Que en épocas vertiginosas y de pensamiento globalizado la poesía todavía puede mostrar un horizonte alternativo donde exponer el difícil estar en el mundo. En lo formal, no es otra cosa que una circunstancial variación de atribuciones, aunque, de hecho, sea la primera vez que es presidida por un poeta. La Academia está integrada por un cuerpo plural y democrático de narradores, poetas, ensayistas, dramaturgos, lingüistas, gramáticos, lexicógrafos, que cubren sus dos ámbitos de pertenencia: las letras y la lengua.
—¿Cuáles son los desafíos actuales de la AAL?
—Como el de las humanidades en general, los desafíos de la academia son enfrentar de manera reflexiva las improntas de la época que tienden a simplificar los matices, a opacar la variedad de los léxicos, a producir grietas en la gramática, y que, antes que muestras de creatividad, son demostraciones de pobreza lingüística. La difusión de la cultura digital ha cambiado los paradigmas y hoy el contacto con la palabra escrita se realiza menos a través de los libros que mediante la pantalla de los dispositivos electrónicos. El daño lo tenemos a la vista: el debilitamiento de la palabra escrita, reemplazada en los hechos por imágenes repetitivas que, en su ligereza, muestran, pero no explican. Volver la mirada sobre el manantial de la literatura y prestar atención a la imaginación, la variedad y la pluralidad es uno de los objetivos.
—El deterioro de la capacidad lectora en los más jóvenes se intersecta curiosamente (o no) en la actualidad con una tendencia a subvertir con cierta impostación el lenguaje (uso del «lenguaje inclusivo», abandono de las normas en el lenguaje de comunicación tecnológica, etc.). ¿Es motivo de alarma?
—El «lenguaje inclusivo» es, ciertamente, uno de los temas que se debaten en la sociedad y en las academias de la lengua, pero no es el único ni el principal. Hay otros que, por su incidencia social, se han convertido en más urgentes: la prédica de un Lenguaje Claro y Accesible, por un lado, y la incidencia de la Inteligencia Artificial, por otro, que, fuera de sus indiscutibles beneficios prácticos, no solo afecta el lenguaje sino también a nuestras vidas. Las «jergas» e «idiolectos» conminan contra el lenguaje entendido como medio de comunicación, además de desbordar, en muchos casos, el sistema gramatical de la lengua española. Esto no quita que, como fenómeno retórico, el debate sobre el «lenguaje inclusivo» haya servido para hacer visible la discriminación y la falta de igualdad en los diversos vínculos de la sociedad. No, no es motivo de alarma, es —como digo— motivo de estudio […].
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