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«Émile Cioran. Pensador del crepúsculo europeo,
fiel al resplandor de la duda», por Santiago Kovadloff

 

A treinta años de su fallecimiento, la obra del escritor rumano que hizo del aforismo una marca de estilo no ha perdido su intensidad y cobra una inusitada vigencia.

emile cioran
Émile Cioran en su estudio parisino, en marzo de 1986.
Crédito: Louis Monier - Gamma-Rapho.

La Nación — Cuando murió Émile Cioran, el 20 de junio de 1995, dejó sembrada una estela de dudas no menos extendida que el número de sus admiradores. ¿Fue realmente un hombre sombrío? ¿Fue su obra fruto de un espíritu destemplado y hostil? ¿El pesimismo que se le atribuye era auténtico o solo se trató de una impostura, como llegó a sugerir George Steiner? ¿Fue altivo, engreído? ¿Fue cínico Cioran?

Hay quienes aseguran que supo ser amigo de sus amigos y con frecuencia un espíritu propenso al humor. Simone Boué, su pareja durante más de tres décadas, recordó que Henri Michaux y Samuel Beckett lo estimaron especialmente. Gabriel Marcel, filósofo católico, «lo adoraba», según Boué, aunque «le horrorizaba lo que escribía».

Boué cuenta también que Cioran era aficionado a los arreglos caseros: «Le gustaba mucho hacer trabajos manuales. Solía decir que cuando empleaba sus manos existía con mayor intensidad».

Roberto Juarroz, que solía visitarlo, me brindó de él una cálida semblanza. Se encontraban usualmente en el departamento de la Rue de l’Odeón donde el ensayista y su mujer vivieron siempre. Roger Callois había traducido al francés buena parte de la Poesía Vertical de Juarroz, pero Cioran prefería escucharla leída por su autor en castellano. «Le encantaba nuestro idioma», recordaba Juarroz.

Patrice Ballon, en su Cioran l’hérétique, del que no conozco versión al español, asegura: «Este maestro del pesimismo contemporáneo, como lo definen sin mayor discernimiento los diccionarios, no solamente manejaba con destreza en sus escritos el humor y la ironía sino que era también en la vida diaria una de las personas más divertidas con las que uno podía encontrarse» […].

Seguir leyendo el artículo del académico de número y vicepresidente de la AAL Santiago Kovadloff publicado en La Nación, el sábado 21 de junio.

 


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