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Domingo Faustino Sarmiento creía que esas reglas dificultaban la democratización de la educación. Por qué las palabras son, también, política.

Infobae — Imagine que un día despertamos y nos dicen que hay que escribir «queso» con «k», «historia» sin hache y «examen» sin x. El desconcierto no sería menor: ¿quién decide cómo escribimos y por qué? Esta pregunta, que podría parecer trivial, fue el centro de una famosa polémica en el siglo XIX entre dos gigantes del pensamiento latinoamericano: Domingo Faustino Sarmiento y Andrés Bello.
Por un lado, Domingo Faustino Sarmiento, político, educador y escritor argentino, presidente de la Nación entre 1868 y 1874, obsesionado con modernizar y alfabetizar el país, convencido de que la lengua debía simplificarse para acercarse al pueblo y evitar el lastre de una ortografía cargada de «caprichos etimológicos». Por el otro, Andrés Bello, humanista venezolano-chileno, uno de los grandes intelectuales de Hispanoamérica, redactor del Código Civil chileno, lingüista y gramático, defensor de una ortografía más fiel a la tradición y a la raíz histórica de las palabras.
Sarmiento era radical: quería eliminar la «h», que consideraba inútil, en palabras como hombre o huevo. También unificar las dos «b» en una sola y hacer lo mismo con c, s y z, que en América latina suenan igual: todo se escribiría con ese y se acabó. También, suprimir las combinaciones qu y la gu cuando equivalen a /k/ y /g/. Ahora sería «keso» y «gitarra», por ejemplo.
Sarmiento escribió orijen, intelijencia, onra, jentes. También mista, hai, ecepción y otras delicias que hoy constituyen aberraciones para nuestros ojos lectores […].
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