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La destacada académica, una figura esencial de la cultura mendocina, tuvo un reconocimiento en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), en Mendoza capital, donde estudió y ejerció la docencia. Fue en junio, meses antes de su muerte ocurrida el pasado sábado 27 de septiembre.

Los Andes — El pasado 24 de junio, Emilia Puceiro de Zuleta [académica honoraria de la AAL] cumplió cien años. Este hecho, lejos de ser solo una efeméride, es una invitación a recordar y reconocer a una figura esencial en la vida cultural de Mendoza, de la Argentina y del mundo hispanoamericano.
Por esa razón, quien fuera profesora de Literatura Española de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, recibió un homenaje el martes 9 de septiembre en la que fuera su alma máter. La cita fue a las 11, en el aula C-9 de esa facultad. En el acto participaron Gladys Granata de Egües, Jaime Correas [académico correspondiente de la AAL con residencia en Mendoza], Susana Tarantuviez, Luis Emilio Abraham y Gustavo Zonana.
«Vivimos tiempos veloces, proclives al olvido, pero las personalidades como Emilia portan una ejemplaridad que es imprescindible transmitir a los que no la conocieron”, escribió de hecho días atrás Correas en una nota en diario La Nación. El reconocido escritor y periodista, uno de sus discípulos y, al igual que ella, miembro de la Academia Argentina de Letras, también advirtió sobre la necesidad de conjurar “el dañino poder de la ingratitud hacia quienes tanto han dado».
Nacida en Buenos Aires, en su infancia vivió con su familia en Galicia, antes de regresar a la Argentina. De aquel regreso, Zuleta guarda recuerdos vívidos, según testimonio de Correas: «fui espectadora asombrada de la inauguración del Obelisco emplazado en la calle Corrientes, del gran Congreso Eucarístico de 1934 y del duelo ciudadano por la muerte de Carlos Gardel en 1935».
La familia se instaló en Mendoza en 1936, y Emilia ingresó a la Universidad Nacional de Cuyo en 1943, donde fue alumna de Joan Corominas, Alfonso Sola González y Julio Cortázar. De este último guardó un recuerdo entrañable: «fuimos sus amigos y de su boca escuchamos los primeros cuentos de su libro inicial, Bestiario. Por entonces era un muchacho alto y delgado, lampiño y de grandes ojos verdes azulados. Guardamos durante años las traducciones propias con que completaba sus clases sobre poesía francesa, desde Baudelaire al surrealismo, sobre los románticos ingleses, Byron, Shelley y Keats».
Su casa de la calle Rufino Ortega se convirtió en un verdadero faro cultural. Allí convivían la crianza de sus cinco hijos, su celebrada mano para la cocina y una biblioteca legendaria. Ese espacio fue también un punto de encuentro donde pasaban figuras como Jorge Luis Borges y su madre, Leonor Acevedo; Guillermo de Torre (cuñado de Borges); Rafael Alberti; María Teresa León; y Miguel Ángel Asturias, entre muchos otros. La pregunta inevitable sigue en pie, según advirtió Correas: ¿qué alquimia producían Emilia y Enrique Zuleta Álvarez, su marido, para atraer semejante caudal de personalidades a la lejana Mendoza? […].
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