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El escritor, periodista y académico de número de la AAL Jorge Fernández Díaz inauguró el miércoles 1 de octubre la segunda edición de Semana Negra BA, el festival de literatura policial que reunió a autores y lectores del género de novela negra en distintas sedes porteñas y que se desarrolló hasta el sábado 4 de octubre en Buenos Aires con entrada gratuita. La apertura oficial tuvo lugar en la Casa de la Cultura, donde Fernández Díaz —creador de personajes como Remil y Cora— dio inicio a cuatro días de actividades que celebraron el género negro.
A continuación, su discurso, reproducido por La Nación.

Jorge Fernández Díaz dio el discurso inaugural del festival de novela negra.
María Bessone - La Nación.
Jorge Fernández Díaz, en La Nación — En uno de sus últimos textos críticos, Ricardo Piglia sostiene que el detective es una de las mayores representaciones modernas de la figura del lector. Acude, para demostrarlo, al cuento que funda todo el género: «Los crímenes de la calle Morgue», que comienza precisamente en una librería de Montmartre y que presenta en sociedad a Auguste Dupin, un bibliófilo incurable. Poe, que cultivaba a la vez el relato gótico y sobrenatural, inventa en ese texto positivista la ficción policial, y con ese simple movimiento tiende un puente simbólico y perfecto entre el fin de una era y el comienzo de otra. Se ha escrito mucho acerca de que la novela criminal era hija del conservadurismo victoriano y de la burguesía moderna, donde el asesino rompía el orden establecido y el investigador lo restituía. Borges no contradecía esta hipótesis, pero tenía sus propias ideas sobre el tema. En una conferencia de 1979, afirma: «Poe no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un género intelectual, un género fantástico si ustedes quieren, pero un género fantástico de la inteligencia».
En efecto, las facultades razonadoras de esos primeros detectives eran tan portentosas, geniales y a menudo rebuscadas que resultaban sobrehumanas, increíbles, en el fondo fantásticas. Es curioso porque esta verdadera operación de superpoderes cuasi mágicos se hacía en nombre de la ciencia. Holmes la llamaba, en concreto, «la ciencia del razonamiento deductivo”, algo que en ese momento también era una completa ficción, pero que le garantizaba verosimilitud literaria y anticipaba rudimentariamente la criminología. Esta disciplina social contemporánea estudia las causas y circunstancias de los distintos delitos, la personalidad de los delincuentes y el tratamiento adecuado para su represión, pero poco se parece a aquella observación infalible, milagrosa y clarividente de los investigadores ficcionales del policial «blanco», todos ellos héroes de una agudeza exagerada, claramente imposible.
La definición de Borges es muy poco citada por los críticos pero resulta crucial, puesto que explica muy bien la inminente derivación norteamericana, la llamada «novela negra», que no es fruto entonces del género fantástico como su predecesora, sino del realismo. Esta diferencia radical explica en gran parte toda la genealogía de una literatura que ha mutado y ha encontrado nuevas formas híbridas, pero que no ha dejado de producir grandes escritores ni de multiplicar lectores en todas las épocas y en todas partes del mundo. Su explosiva vigencia no se explica, a mi entender, en el hecho de que el detective sea efectivamente un lector, como prefiere Piglia, sino en que representaba entonces, y sigue encarnando ahora mismo, la figura del cazador. La prosa policial dramatiza la caza, actividad atávica del hombre que comenzó en la prehistoria y que, por lo tanto, se encuentra inscripta en nuestro genoma. El hombre civilizado lee acerca de peripecias y persecuciones porque tiene dentro de sí ese ímpetu dormido, ese ADN explorador y carnívoro, y porque le resulta irresistible «revivir» las múltiples experiencias del cazador primigenio: los detalles, la conjetura, el seguimiento, el acorralamiento y el asalto final.
Salvador Vázquez de Parga, tal vez el máximo especialista español de toda esta novelística, lo explica a su manera: «La novela policial es el relato de una persecución —escribe—. Hasta ahora los teóricos del tema han cifrado el corazón de la novela criminal en el enigma, y realmente en ningún caso puede carecer de él, pero su situación como punto álgido de la trama puede hallarse desplazada. La novela detectivesca pura hace efectivamente del problema el centro de gravedad alrededor del cual gira toda la narración. Las distintas transformaciones del género, sin embargo, han podido desplazar el punto vital al misterio, al suspenso, a la aventura, a la acción, al criminal, a la víctima, a la sociedad, al ambiente, etc., dando lugar a los distintos subgéneros de la literatura criminal» […].
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