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En la sesión ordinaria del jueves 21 de agosto, el académico de número Santiago Sylvester leyó su comunicación titulada «Clima poético».
El artículo de Santiago Sylvester se publica a continuación y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de julio-diciembre de 2025.

Santiago Sylvester
Santiago Sylvester — La poesía es una buena herramienta para acercarse a una época. O, al revés, toda época tiene siempre resonancia en la poesía. Época y poesía se corresponden; y estos días no son seguramente una excepción.
Terminada la etapa de la modernidad, incluso lo que a falta de mejor nomenclatura se conoce como posmodernidad (aunque reconozco que para estos nombres yo vivo distraído), es evidente que estamos en una época marcada por el vértigo de las modificaciones. Son visibles, y hasta obsesivos, los cambios tecnológicos, las variaciones en las costumbres, las reivindicaciones urgentes y la intensidad de los debates; y desde luego, se supone que esos cambios impactarán (o ya lo han hecho) en la materia poética.
La pregunta consiguiente sería, entonces, cuál es la dirección del cambio poético, cómo se refleja en la poesía una época en la que nada se está quieto y hasta lo más reciente está en riesgo de caducidad.
Roland Barthes opinó alguna vez que ser moderno consiste en reconocer que hay cosas que ya no se pueden hacer. Se refería al arte en general, y con esa opinión descartaba lo que consideraba perimido por el tiempo histórico. Referido a la poesía, podía entenderse que el código de «lugares comunes», con sus comillas bien visibles, había sido apartado por haberse repetido hasta el hartazgo. Por ejemplo, la falsa profundidad de frases retumbantes, cuando no son sino hinchazón retórica, o una concepción de belleza cursi, un poco evanescente. También parecía en retirada la acumulación farragosa de metáforas, o lo que denuncia aquel aforismo que dice «si no tiene qué decir, dígalo largo»; y se podría confeccionar un catálogo de recursos que ningún poeta hubiera caído en la tentación de usar. Pareciera, sin embargo, que todo esto hubiera vuelto, o irrumpe cada tanto, como si el momento actual les diera otra valoración. Al menos es la conclusión a la que se podría llegar poniendo atención en lo que circula por las lecturas públicas, los festivales, o gran parte del material que difunden las redes […].
Continuar leyendo la comunicación de Santiago Sylvester.
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