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Crédito: Martín Lucesole - La Nación.
Luciano Román, en La Nación — Si hubiera que dibujar la obra de Jorge Fernández Díaz [académico de número de la AAL], el resultado tal vez sería una imagen sugerente de líneas que se cruzan, como un cuadro de Mondrian. No solo tendríamos que graficar una gran intersección entre el periodismo y la literatura, sino otra entre la ficción y el ensayo, entre la novela histórica y el policial, entre la biografía, la crónica y las secuencias de intrigas. También se cruzarían, en ese cuadro imaginario, los temas universales, como el amor y la traición, con los que nos resultan más cercanos y reconocibles: la vida cotidiana de nuestra propia aldea.
Figura central del análisis político y de la literatura contemporánea argentina, Jorge ha sabido conectar varios territorios en una obra ecléctica y original que lo ha llevado a ocupar un sitial de honor en la Academia Argentina de Letras. Ahora acaba de presentar Cora, su décima novela, en la que también se cruzan varios de los mundos que ha transitado como periodista y como escritor: los amores prohibidos, los detectives, el espionaje, el universo femenino, las vidas secretas y, como telón de fondo, las miserias y tragedias de un país que ha conspirado contra sí mismo.
[…] —Empecemos por las presentaciones de rigor: ¿Quién es Cora Bruno?
—Cora Bruno es una detective privada argentina, verdadera; no una invención estilo Netflix o estilo Hollywood, sino una detective de la Argentina real. Se dedica a asuntos supuestamente menores, que tienen que ver con los vínculos amorosos, los engaños, las infidelidades. Tiene una de esas pequeñas agencias que están muy lejos del mito hollywoodense del detective, como Remil está muy lejos del superhéroe de espías anglosajón. Cora es una mujer común que se ha especializado en infidelidades, y por lo tanto en vínculos y en sentimientos. Se dedica a investigar la vida secreta de la gente, aquello que se oculta. Termina siendo una espía de la vida privada, que vive en un mundo muy reconocible para nosotros, a la vuelta de nuestra casa, en nuestro barrio. Tiene una hermana que administra un café típico de Palermo Hollywood, donde vende dulces; tiene una amiga que es peluquera y otra que es contadora. Y hacen una tertulia todos los lunes donde a veces analizan los casos y hablan de temas amorosos. Tiene una socia que la ayuda, sobre todo en la parte tecnológica, y que de alguna manera genera una relación casi de amor con ella. Es un mundo de mujeres, un mundo al que yo tenía muchas ganas de volver. Es un lugar en el que yo había estado y al que quería regresar.
—¿Cómo surgió tu relación literaria y periodística con ese mundo de la vida privada?
—Fue gracias al diario La Nación. Ana D’Onofrio, como editora, alguna vez me pidió que escribiera sobre historias de amor de gente común. Así surgió una serie que fue muy seguida y se llamó Corazones Desatados. Después se convirtió en un libro y le siguió una novela: La segunda vida de las flores. Fue una exploración sobre todo ese territorio de los vínculos, sobre el amor, sobre los engaños, sobre lo que creemos que somos y lo que verdaderamente somos. Todo ese mundo tuvo una expansión inesperada cuando fui a la radio y Jorge Lanata se dio cuenta de que tenía conocimientos sobre la materia y entonces empezó, un poco irónicamente, como una parodia, la sección del Doctor Amor, que tuvo muchísimo éxito y después se convirtió en un programa: Sentimientos encontrados. Es decir, un territorio interesantísimo en el que yo me fui metiendo. Me acuerdo que muchos me preguntaban: ¿cómo puede ser que un periodista serio, que trata sobre los grandes temas de la Argentina, se dedique a cuestiones del amor? Y yo siempre dije que el amor es un tema mucho más serio y más complejo que la dolarización, que las reservas del Banco Central y que las intrigas políticas.
—Pero en la novela parece haber un cruce entre el mundo secreto de las personas y la degradación del país. Cora se encuentra con lo que ocultan muchas parejas, pero también con lo que, de alguna manera, se esconde en el lado oscuro de la Argentina…
—Claro, es una detective que trabaja por su cuenta, que además tiene alumnos a los que a veces hace participar de sus pesquisas y que maneja su pequeña agencia. Pero aparece una empresa muy grande de seguridad que le ofrece trabajar para ellos. Ahí entra en un mundo de alta gama, de CEOs, de gerentes generales. Y ese mundo, en el que ella no estaba acostumbrada a moverse, tiene también sus sorpresas. Porque la vida privada en ese segmento es ligeramente distinta a la de las clases medias. Y por ese camino se va encontrando con un caso que no es un simple asunto de engaño o de infidelidad, sino algo mucho más grave que involucra un femicidio. Ahí aparece un mafioso «a la Argentina», que tiene relación con esa estructura mafiosa que se expandió en los últimos veinte o treinta años en el país. Y ella, que no es una superpolicía ni una heroína, se ve involucrada en algo que la supera. Pero todo se mantiene en un mundo reconocible para nosotros. Yo creo que Cora Bruno podría estar sentada ahora con nosotros tomando un café. Yo te la podría presentar. Sus amigas podrían ser nuestras amigas […].
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