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Rafael Felipe Oteriño: «La poesía no está para decir más de lo mismo»

 

Rafael Felipe Oteriño [académico de número y vicepresidente de la AAL] es una de las voces más respetadas en la poesía argentina y su obra ha trascendido fronteras. Pero también se ha destacado por sus reflexiones en torno de la literatura y por su aguda mirada sobre obras y autores.

rafael felipe oteriño
Rafael Felipe Oteriño, en su estudio. Foto: El Litoral.

Néstor Fenoglio, en El Litoral — Rafael Felipe Oteriño, uno de los mejores poetas de habla hispana, sale a la puerta de su casa a recibirme antes del mediodía de una jornada luminosa de enero, para inaugurar una hora de charla sobre literatura.

Este platense (allí nació en 1945) y marplatense por adopción («Yo no nací aquí pero el mar me hizo suyo:/a mí me atrapó esa planicie que está detrás de las olas/…»), próximo a cumplir 80 años, afable y amigo de la conversación, es un respetadísimo y fino poeta, parte de una camada —años más o menos— de grandes autores, como Hugo Mujica, los salteños Leopoldo Castilla y Santiago Sylvester, entre otros.

En su incesante producción se destacan volúmenes de poesía, pero también una constante reflexión por el propio quehacer literario. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Le acaban de publicar un libro en España («debo coordinar su presentación») y viene de recibir un prestigioso premio en Estados Unidos, del Instituto Literario y Cultural Hispánico (ILCH). Poesía y ensayo, entonces, caracterizan a esta obra viva y plena de matices. Sobre estos —y otros— temas conversamos.

— Hace un tiempo, Rafael, te escuché decir que, a la poesía actual, en general, «le falta paisaje». Pero muchas veces, el paisaje en la tradición literaria podía indicar algo no tan elaborado, liviano, costumbrista o «provinciano»... ¿A qué te referís? ¿De qué hablamos?

— Hablo de «paisaje» en un sentido, podríamos decir, metafórico. En el sentido de marco dentro del cual la poesía se manifiesta, de anclaje en un tiempo y un lugar, y de lo que apareja su opuesto: una tendencia al ensimismamiento y a la interioridad psíquica y sentimental...

Pero, atención, tampoco creo que el poema esté llamado a describir o a cantar el paisaje. El poeta se vale del paisaje cuando lo tiene, cuando lo ha vivido, y lo recrea. Me refiero a la tierra propia, a los sabores, olores y figuras con las que se formó, alimentados por la imaginación, que es, en el fondo, el mundo visible y palpable, pero enriquecido. Con esa naturaleza y esas imágenes el poeta elabora su obra, que —destaco— siempre es sobre lo otro contenido en ella… lo indecible, lo inexpresado, aquello que, pese a estar presente, ha quedado al margen. Lo precisaría en estos términos: elaboración del poema a partir de un espacio de algún modo reconocible, ya que en la poesía siempre hay transfiguración.

Creo que el poema de hoy no está llamado a cantar el paisaje físico (distinto fue en la primera mitad del siglo XIX, durante la cual los poetas sintieron la necesidad de describir el panorama natural del país, como una forma de apoderamiento y emancipación). Lo cierto es que el paisaje se dice muy bien a sí mismo, sin necesidad de palabras. Un árbol se manifiesta perfectamente en su propia naturaleza. No está el poeta llamado a reproducir un árbol en términos verbales. En todo caso, el árbol le va a prestar la dimensión emotiva para elaborar la pieza poética en la que expresará su mirada sobre la vida, el mundo y sobre sí mismo, que es donde está contenida la poesía […].

Seguir leyendo la entrevista en El Litoral.

 


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