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EL ESCRITOR PERUANO FALLECIÓ A LOS 89 AÑOS

«El “romance” de Vargas Llosa con Buenos Aires»,
por Jorge Fernández Diaz

 

Al escritor lo unía una pasión literaria con la capital argentina desde la infancia. Su relación con Borges y Cortázar.


Vargas Llosa con Fernández Díaz en la Feria del Libro de Buenos Aires en 2022
Foto: Fabián Marelli

La Nación — Buenos Aires le parecía una de las ciudades más literarias y entrañables del mundo. Durante su remota infancia en Perú, la familia entera recibía cada semana tres ansiadas revistas porteñas: su padre leía Leoplan, su madre Para Ti y Mario se deleitaba e instruía con las coloridas páginas de Billiken. Luego a los 17 años, ya con la vocación decidida y firme, evaluó si debía desarrollarse como escritor en Buenos Aires o en París: a Vargas Llosa, como a casi cualquier latinoamericano ilustrado de entonces, esos dos destinos le parecían parejamente míticos, prestigiosos y estimulantes. Eligió París, pero siempre mantuvo un ojo en «la ciudad junto al río de color león», y en su vejez no comprendía cómo era posible que nadie hubiese escrito todavía la novela más obvia de todas: una que retratara de manera definitiva y veraz la dolorosa y espectacular decadencia desde aquel país culto y próspero a esta nación burda y paupérrima en la que se había convertido.

Uno de sus mejores amigos en París fue precisamente Julio Cortázar, que le mostró al forastero el lado secreto y mágico de la Ciudad Luz. «Cada vez que me encontraba con él, yo salía cargado de tesoros: películas que ver, exposiciones que visitar, rincones por los que merodear, poetas que descubrir y hasta un congreso de brujas en la Mutualité, que a mí me aburrió sobremanera pero que él evocaría después, maravillosamente, como un jocoso apocalipsis», anotaba el autor de Conversación en La Catedral. También escribió sobre la brusca y completa mutación que Cortázar experimentó a partir del Mayo Francés, a los 54 años, y cómo de un ingenuo apolítico el padre de Casa tomada se había transfigurado en un férreo y obtuso defensor del estalinismo y del régimen cubano. Esa discrepancia fundamental no logró enemistar, sin embargo, a Mario y a Julio: ambos mantuvieron su afecto hasta la muerte del segundo, a quien Vargas Llosa dedicaba en público toda clase de alabanzas artísticas y disculpaba en privado sus radicalizaciones ideológicas, explicando que Cortázar siempre había sido poco menos que un analfabeto político.

Con Borges, en cambio, el vínculo resultó un poco más turbulento. En un viaje a Buenos Aires, quiso entrevistarlo y lo visitó en su piso de la calle Maipú, y al descubrir el techo con goteras y las paredes descascaradas, le preguntó directamente: «¿Cómo puede ser que usted viva en este departamento, Borges?». Su interlocutor se levantó de inmediato: «Bueno, que le vaya muy bien. Los caballeros argentinos no hacemos alarde». Al día siguiente, Borges le comentó a un tercero: «Ayer vino a verme un peruano que debe trabajar en una inmobiliaria, porque quería que yo me mudara».

Muchos años más tarde aquel mismo peruano lo recibió en Lima, y durante una comida erudita y agradable, Borges le dijo en un momento por lo bajo: «Tengo que ir al baño, voy a necesitar que me ayude a navegar». Mario no sólo lo condujo hasta el baño contiguo, sino que accedió a guiarlo verbalmente en esa complicada maniobra para que no se armara un zafarrancho: más arriba, más abajo, un poco a la izquierda, Borges. En esa faena tan delicada se encontraban los dos escritores, cuando de pronto el argentino le dijo: «Don Mario, a usted esto del cristianismo, ¿le parece realmente serio?».

En 2008 se sintió muy conmovido al visitar la modesta biblioteca Miguel Cané, en el barrio porteño de Boedo, donde Borges había trabajado nueve años como auxiliar de bibliotecario, registrando y clasificando libros en un cuarto pequeño y sin ventanas del segundo piso. Esa tarea feliz acabó en 1946 cuando el peronismo ascendió al poder y cuando, como confesó alguna vez en su autobiografía, «fui honrado con la noticia de que había sido ascendido al cargo de inspector de aves y conejos en los mercados. Me presenté en la Municipalidad para preguntar a qué se debía ese nombramiento. ‘Bueno, usted fue partidario de los aliados durante la guerra. Entonces, ¿qué pretende?‘. Esa afirmación era irrefutable, y al día siguiente presenté mi renuncia». Vargas Llosa siempre tenía presente ese episodio borgeano y adjudicaba a la idiosincrasia justicialista la vergonzosa debacle argentina […].

Seguir leyendo el artículo del académico de número de la AAL Jorge Fernández Díaz publicado en La Nación, el domingo 13 de abril.

 


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