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COMUNICACIONES

«Flannery O'Connor. Ver en la distancia»,
por Esther Cross

 

En la sesión ordinaria del jueves 22 de mayo, la académica de número Esther Cross leyó su comunicación titulada «Flannery O'Connor. Ver en la distancia», en homenaje a la escritora estadounidense, de quien el pasado 25 de marzo se cumplió el centenario de su nacimiento.

El artículo de Esther Cross se publica a continuación y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de enero-junio de 2025.

flannery o connor

Esther Cross — Uno de los efectos más extraños de la literatura es el de hacernos creer que los libros pueden adivinar el futuro. Flannery O’Connor sabía que logran algo más impresionante: pasan a formar parte de nuestra vida y entonces del tiempo, mezclándose con él. No es que predigan lo que va a pasar. Hacen aparecer lo que ya estaba como si antes no hubiera existido. El Cinturón Bíblico de los años 50, con sus incendios y monstruos orgullosos, son parte de nuestra memoria gracias a sus cuentos. Después de leerlos, notamos que algo nos pasó. El escritor Alfred Kazin se negó a desviarse en medio de un camino porque había leído Un hombre bueno es difícil de encontrar. Para otros, las carreteras no son iguales desde que vieron al diablo, tocado con panamá, manejando un auto color lavanda y crema en Sangre sabia.

Flannery O’Connor era una realista cristiana. Lo aclara con una insistencia casi impaciente en los ensayos y las cartas. Nacida en una familia católica, en Savannah, donde «la vida tiene un sabor de Antiguo Testamento», abraza la religión a conciencia. Para otro escritor, la fe sería una limitación. En ella, es todo lo contrario. Ser católica le ahorra «dos mil años a la hora de aprender a escribir». No le hace falta crear un mundo con cada libro nuevo. Cuenta con la visión fabulosa, razonada y nada sentimental de la teología. El dogma es el guardián del misterio, anuncia la otra dimensión, el riesgo de asomarse al otro plano. En ese umbral se ubican los escritores y los profetas, con su mirada realista. Para Flannery O’Connor, Jesús comparte esa misma visión. «Si no fuese Dios, no sería un realista, sino un mentiroso», le dice a una confidente por carta, con el descaro y la claridad de siempre.

Todas las mañanas, después de ir con su madre a misa de las 7, Flannery vuelve a su granja de Milledgville, desayuna y se sienta a escribir. Con el mismo fervor, lee un fragmento de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino cada noche, antes de dormir. Su idea de que la visión profética es una facultad de la imaginación proviene de la Suma. Para Flannery, el escritor ve, como los profetas, en la oscuridad y la distancia. El don de la palabra y el dominio de la técnica producen libros insustanciales y aburridos si no hay una visión asentada que los dirija. Uno de los cuentos de Poe que más le gustan se llama, justamente, Los anteojos, y cuenta la historia de un hombre que por coqueto se niega a usar lentes y termina casándose con su propia abuela. En las reseñas hablan de las historias de Flannery como «reflectores en la noche», de su «rabia de observación» y su «habilidad para captar de un solo vistazo al adversario». El cuento es el género ideal para sus visiones, por lo profundo y directo. Escribe dos novelas formadas, de hecho, por capítulos condensados como cuentos o episodios de televisión, que entrega a las revistas. […].

Continuar leyendo la comunicación de Esther Cross.



 


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