El paréntesis que encierra la etimología de la palabra puede dar un indicio de su origen, pero la mayoría de las veces se ciñe tan solo a una breve referencia: de qué lengua proviene, a qué familia de palabras pertenece, cuándo se usó por primera vez. En cambio, una acepción primigenia, señalada como desusada o histórica, nos ofrece información más detallada para reconstituir los recorridos semánticos que a menudo se pierden en los diccionarios sincrónicos, es decir, en los que recogen solo el léxico actual de una lengua.
Un diccionario histórico explica, en acepciones ordenadas de la más antigua a la más actual, la evolución del léxico a lo largo del tiempo y las variaciones del sentido desde una perspectiva diacrónica. A pesar de que el Diccionario del habla de los argentinos (DiHA) no fue concebido como tal, en algunas de sus entradas registra los cambios semánticos que ha sufrido el sentido original de los términos. Como se trata de un diccionario documentado sobre todo con fuentes literarias, el DiHA contiene mucho de nuestro vocabulario patrimonial, incluso el que ha caído en desuso. Estas definiciones, que en general explican el contexto de uso de la palabra, se convierten en breves referencias a nuestra historia.
Puede ocurrir que el objeto que designaba primitivamente la voz en cuestión haya dejado de existir, como la chirola, una antigua moneda de cinco, diez o veinte centavos que dejó de circular a fines del siglo XIX. Sin embargo, el sentido persiste y, en su forma plural, ha pasado a nombrar un monto insignificante de dinero. Como lo explican Santos Domínguez y Espinoza en su Manual de semántica histórica¹, “ciertos cambios semánticos son producto de la convencionalización de inferencias contextuales” (p. 17). El referente, el objeto, puede desaparecer, pero la significación pervive y se reasigna a otras realidades.
Otro caso similar es el del sustantivo chata, con el que hoy nos referimos a la camioneta, que designaba antiguamente un carro descubierto y tirado por caballos. El bondi de hoy, es decir, el coloquialismo con el que llamamos al colectivo, era el tranvía de ayer: una adaptación del portugués brasileño bonde, sinónimo del lusitano eléctrico.
El maturrango aludía al soldado realista durante las guerras de la Independencia. En su Epistolario² (1819), José de San Martín pedía ayuda al paisano “para batir a los maturrangos que nos amenazan” (p. 120). Aunque olvidados aquellos rencores bélicos, el valor despectivo se empleó más adelante para referirse al gaucho que no sabía andar bien a caballo: “Presumo que es solo un mancarrón manso, elegido para un maturrango como yo” (R. Güiraldes, Cuentos y relatos³, 1913-1924, p. 25). El croto era, a comienzos del siglo XX, el jornalero que viajaba gratis en el ferrocarril gracias a la iniciativa de José Camilo Crotto, en ese entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires. Cargado de un sentido despectivo, no pasó mucho tiempo hasta que el sustantivo empezó a usarse en referencia a todo el que iba vestido sin cuidado.
En sus sucesivas ediciones, el Diccionario del habla de los argentinos ha preservado estas y muchas otras acepciones desusadas como una huella de la evolución de nuestro léxico y como una explicación de los usos más actuales. Así lo advertía Julio Casares, uno de los académicos españoles que impulsó con un entusiasmo incansable la concreción del Diccionario histórico4: “Un localismo […] puede ser el eslabón providencial que complete y explique toda una cadena semántica […] o el que confirme de modo concluyente una etimología hasta entonces conjetural” (p. 54).
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1 Santos Domínguez, Luis A. y Rosa M. Espinoza Elorza. Manual de semántica histórica. Madrid: Síntesis, 1996.
2 San Martín, José de. Epistolario selecto y otros documentos [1816-1846]. Buenos Aires: W. M. Jackson Editores, 1944.
3 Güiraldes, Ricardo. Cuentos y relatos [1913-1924], en Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1962.
4 Casares, Julio. Ante el proyecto de un diccionario histórico. Madrid: Imprenta de Silverio Aguirre, 1948.