DILyF, AAL
Hay ocasiones en que una palabra expresa a tal punto las tensiones políticas de un momento de la historia que los diccionarios terminan reflejándolas de alguna manera. Es el caso del verbo independizar, que aparece registrado por primera vez en el Diccionario de la lengua española (DLE), en la edición de 1927:
Se trata de una inclusión a medias. Al mismo tiempo que registra la palabra, la condena de dos maneras diferentes al marcarla como incorrecta por medio del asterisco y al descalificarla con el adjetivo “inútil” en la definición. Una posición que se mantuvo en la siguiente edición, del año 1950. También recibe igual condena el peculiar verbo independerse, que, se puede suponer, era suficientemente conocido como para motivar su inclusión en ambas ediciones antes de que se olvidara definitivamente. La existencia de esa forma, no obstante, es prueba adicional de la relevancia que tenía para los hablantes americanos contar con un verbo de esas características.
Lo más llamativo de esta posición que defendía el DLE es su carácter tardío. En el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), el verbo ya aparece registrado, dos veces, en la Historia de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas, en el siglo XVI.
Cómo Pedrarias mandó a Luis Carrillo a poblar al río de las Anades, pero el pueblo duró poco. Cómo Vasco Núñez, a espaldas de Pedrarias y para INDEPENDIZARSE de él, intentó poblar en la mar del Sur (Cap. 61)1.
Cómo Cortés tractó un muy desvergonzado artificio para INDEPENDIZARSE totalmente de Velázquez su superior: primero, como capitán general, poblaría una villa y nombraría cabildo, alcaldes, regidores, oficiales, etc.; después él renunciaría a la capitanía general […] (Cap. 123)2.
Entre los años 1853 y 1928, todos los ejemplos en CORDE son americanos. Tiene mucho sentido que se haya tratado inicialmente de un americanismo, aunque esta fecha de mediados del siglo XIX parece algo tardía, dado que el proceso de consolidación de las independencias americanas se suele ubicar entre la ocupación francesa de España, en 1808, y la muerte de Simón Bolívar, en 1830. Estos datos permiten establecer una serie que empieza en el siglo XVI, con Bartolomé de las Casas, continúa muy probablemente al calor de la gestación de las independencias americanas durante el siglo XVIII hasta su consolidación en el XIX y culmina con el verbo generosamente documentado a partir de entonces hasta el presente. A pesar de que hay saltos temporales considerables entre algunos de estos ejemplos, la sucesión permite concluir que era un uso plenamente asentado entre los hablantes de América, que tuvieron necesidad de tomar la palabra antigua independencia y formar un verbo que sirviera para evitar expresiones pluriverbales del tipo “lograr la independencia”, onerosas de decir cuando se hace necesario expresar esa idea con cierta frecuencia.
Todos estos indicios claros de que es un uso asentado en una amplia comunidad lingüística vuelven más llamativa la resistencia que opuso la Real Academia Española, tanto en el tratamiento lexicográfico que le dio a la palabra como en declaraciones de algunos de sus miembros destacados.
A principios del siglo XX, el académico correspondiente de la RAE en Perú, Ricardo Palma, conocedor de la realidad histórica, política y lingüística americana, y el académico español Manuel de Saralegui debatieron férreamente sobre este verbo, ambos muy conscientes de su peso simbólico, entre la pretensión española de salvaguardar el legado de su imperio colonial y el ímpetu de profundización independentista de las todavía jóvenes repúblicas americanas.
En sus Papeletas lexicográficas —texto de 1903— Ricardo Palma eleva una protesta en términos para nada ambiguos, argumentando en contra de que el verbo emancipar fuera adecuado para el proceso por medio del cual un país se libera del yugo colonial:
Independizar - Desde que nos independizamos de España tiene vida este verbo "insurjente" sin que americano alguno, docto o indocto, se cuide de buscarlo en el Diccionario. La Academia, que le tiene tirria, inquina y mala voluntad al tal verbo, sostiene que basta y sobra con emancipar, y los americanos decimos que se emancipa el esclavo y se emancipa el hijo de familia, amparados por la ley y por el código civil; pero que los pueblos se independizan. […] Los españoles mismos no se emanciparon de los árabes, que no eran ni sus padres, ni sus tutores, ni sus amos, sino que se independizaron de quienes por la fuerza de las armas les habían arrebatado su independencia.
[...] El que se emancipa lo hace amparado por la ley, y raro es el caso en que la emancipación es fruto del litigio y del papel sellado. Por el contrario, la independencia la obtienen casi siempre los pueblos a fuerza de batallar y verter sangre. El padre, el tutor, el amo, ejercen sobre el hijo, el huérfano y el siervo derechos que la ley natural les acuerda, y que cesan con la emancipación. La conquista, que es una imposición de la fuerza, no crea derechos. Se rompe el yugo de la misma manera que se impuso por la fuerza […].
Si nos echáramos a rebuscar autoridades, nos sería difícil encontrar escritor notable en nuestras repúblicas que no haya usado el verbo independizar, contra el cual no hay razón filológica para que no se le estime como de legítima y buena cepa castellana. Después de leer las definiciones académicas de los sustantivos independencia y emancipación, no encuentra uno cómo explicarse el rechazo del verbo independizar (Palma, pp. 150-2)3.
La respuesta de Saralegui, más lacónica, condensa, sin embargo, una posición irreductiblemente favorable a España sobre su rol en el proceso de conquista. Refiriéndose a los pueblos americanos, declara que España, “al descubrirlos y llamarlos al concierto de los pueblos cultos[,] les dio cuanto tenía y a costa de sangre y sacrificios, los educó y los evangelizó” (Saralegui, p. 556)4. Y profundiza luego esa postura con una asimilación metafórica a partir de la noción de “madre patria”:
Y si en todos esos casos pudo decirse y se dice aún con sobrada propiedad, que se emancipa el pueblo que de subyugado se hace libre, no parece que dé motivo para hacer hincapié con gran coraje el hecho de decir que se emanciparon los pueblos hijos, del nuevo Continente, que quisieron y lograron renunciar el dominio de su madre, de una madre que en su obsequio y en aras de un amor firme y sin tasa, se sacrificó, se desangró y se despobló, sin pensar jamás en si era o no correspondida (Saralegui, p. 557).
El contraste no puede ser más abrupto. Para uno, la conquista es una imposición sangrienta cuyo fin exige un nuevo sacrificio de sangre. Para otro, equivale al amor abnegado de una madre y las independencias vendrían a ser expresión de la ingratitud de los hijos que olvidan su deuda de crianza.
Unos años antes, en 1916, Emilio Cotarelo y Mori, también académico de la RAE, había intentado una descalificación que eludía la temática colonial y se enfocaba, con un estilo socarrón que buscaba ridiculizar el uso del verbo, en su supuesta mala formación y en que existen otros que podrían reemplazarlo:
“Las fábricas cardadoras de lana se han independizado de Inglaterra”, leemos en un diario de la corte. Este disparatado verbo ha llevado a su colmo la indignación de algunos avinagrados puristas, que se preguntan: “¿De dónde pudo originarse este esperpento gramatical o léxico? Si del adjetivo independiente, el derivado lógico sería independientarse o independien- tizarse. Si del substantivo independencia, sería independenciarse; pero ¡independizarse!; ¿de dónde pudo salir para ser tan bien recibido de los que ostentan cierto desgarro y osadía en su estilo?”
Nosotros no lo sabemos; pero sí que nuestro Diccionario trae bastantes verbos que lindamente pueden ser adaptados a los diferentes sentidos que suele llevar el malhadado independizarse (Cotarelo y Mori, p. 606)5.
Se ve así el trasfondo de una condena a una palabra en el DLE que, sin estar convalidada de ninguna manera por la realidad lingüística de aquel momento, respondía mucho más a una motivación política e ideológica que al interés sincero de dar cuenta del repertorio léxico de una comunidad. Fue esa realidad lingüística la que terminó imponiéndose en el año 1956, cuando finalmente se corrige la definición:
La conclusión que suscita este debate es, como en tantos otros similares, que el triunfo es siempre de los hablantes y que el diccionario que pretende torcer el rumbo de la evolución lingüística de una comunidad, en lugar de registrarla y describirla, está condenado al más rotundo fracaso. En 1956 el DLE ya no pudo ignorar lo que el uso había consagrado, primero en América como era previsible, más de un siglo y medio antes.
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1 Fray Bartolomé de las Casas. Historia de las Indias. Paulino Castañeda Delgado, Alianza Editorial (Madrid), 1994 [c. 1527 - 1561].
2 Id.
3 Palma, Ricardo. Papeletas lexicográficas. Lima: Imprenta La Industria, 1903.
4 Saralegui, Manuel de. «Escarceos filológicos: aterrizar, amerrizar; independizar; alminar, minarete», Boletín de la Real Academia Española, IX, 1922, pp. 549-570.
5 Cotarelo y Mori, Emilio. «Vocablos incorrectos: obstaculizar, objetivo, independizarse, enjugar, infeccionar», Boletín de la Real Academia Española, III, 1916, pp. 605-607.