«Rafael Obligado en “el alto cielo que nos vio nacer”», por Jorge Cruz

El académico de número Jorge Cruz, en nombre de la Academia Argentina de Letras, le rinde homenaje al poeta argentino Rafael Obligado, de quien se cumplieron, el pasado 8 de marzo, 100 años de su muerte.

«A cien años de la muerte de Rafael Obligado, el 8 de marzo de 1920, el poeta sigue indeleblemente inscripto en el canon de nuestros clásicos del siglo XIX, el siglo fundacional. Uno de los sillones que ocupan los miembros de la Academia Argentina de Letras, el dieciocho, lleva su nombre, ineludible, porque en el conjunto de su obra lírica, contenida en un solo volumen, Santos Vega descuella como poema emblemático de las letras nacionales, representativo de un ámbito y un personaje que en aquella centuria eran expresión de lo argentino: el desierto, la pampa y su protagonista, el gaucho. A lo largo de años, algunos de sus poemas mejores han contribuido a iniciar a generaciones de jóvenes estudiantes en la apreciación de los textos literarios. Los de Obligado descorren el velo de un mundo distante que, sin embargo, fue nuestro, una sociedad patriarcal, familiar, tradicional en sus hábitos, entre urbana y rural.

Es un mundo visto en su mejor versión, risueña y luminosa, y, consonantemente, en versos sencillos, transparentes, cuyo carácter local lo dan no el habla gauchesca —como en los poemas de Ascasubi, Hernández o del Campo— sino apenas algunos vocablos autóctonos: ombú, payador, chajá, quena, camalote… “Nunca he soñado con ser poeta gauchesco —escribió—, no imaginando disfrazarme con una indumentaria y una mentalidad ajenos a mis hábitos y a mi pensamiento”. En este sentido, Obligado siguió el procedimiento de su mentor, Esteban Echeverría, quien en La Cautiva utilizó la modalidad culta del castellano, lo mismo que Bartolomé Mitre en la primera versión literaria de la leyenda pampeana.

Rafael Obligado nació el 27 de enero de 1851. Ocho días antes, en Montevideo, había muerto Echeverría, su numen tutelar, pobre y solo. Fue un año crítico en la historia argentina, el último del largo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Se inició entonces el inestable período de transición entre el pronunciamiento de Justo José de Urquiza, el 1º de mayo de 1851, y su triunfo al frente del Ejército Grande en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. No se aquietó por esto la política sino que, al contrario, se complicó a causa de las renovadas tensiones entre las provincias y Buenos Aires, celosa de su autonomía. No la aquietó tampoco la promulgación de la Constitución Nacional, en 1853, precisamente por la ausencia de la ciudad-estado en su sanción y las desavenencias que dieron origen a la guerra entre la Confederación Argentina, integrada por las trece provincias restantes, con capital en Paraná, y el Estado de Buenos Aires […]».

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